En una sociedad que valora la rapidez y la eficacia cuantificable, incluso en el ámbito del acompañamiento humano, defiendo una práctica terapéutica que honra tres pilares innegociables: complejidad, profundidad y singularidad.

Concibo a la persona y el proceso terapéutico desde una perspectiva humanista, sistémica, integrativa y evolutiva. Nuestra labor como profesionales implica una intervención respetuosa, segura y verdaderamente eficaz, informada en trauma y enraizada en el contexto social de cada individuo.

Trabajo desde la compasión, para ayudar a reprocesar, integrar, resignificar y pacificar la historia personal, de modo que el pasado y las estrategias de supervivencia ya no condicionen el presente.

Acompaño considerando las seis dimensiones que el trauma puede afectar: psíquica, emocional, somática, relacional, trascendente y colectiva. Porque una herida no se aloja sólo en la mente o en las emociones: atraviesa toda la experiencia vital.

Acompañar en terapia no es aplicar recetas ni intervenir de forma puntual. Es sostener un proceso, aceptar lo multifactorial, lo interrelacionado y lo único de cada persona y de cada momento.

Generalizar es no escuchar. Es mirar una proyección, no a la persona real.

Incluso herramientas que pueden parecer simples —como los muñecos terapéuticos— requieren un uso consciente y profundo, a la altura del universo complejo al que están al servicio.

Su valor está en saber utilizarlos con rigor, sensibilidad y respeto por esa complejidad.